martes, noviembre 19, 2013

El acento incorrecto.





Tengo siempre el acento incorrecto. No sé por qué me parece tan importante, noto cuando mis interlocutores  se dan cuenta y piensan “¿de dónde vendrá ésta persona?”. Lo más incómodo de esto es que me siento expuesta, siento que mi vida personal e historia familiar se ven exhibidas muy rápido, sólo se necesitan un par de sílabas para que El Otro me ubique en cierta región del país o del mundo, se imagine qué desayuné, dónde viven mis padres, qué hacía los domingos cuando vivía con ellos, cómo me vestía, en qué me transportaba, a qué hora del día se escondía el sol, cuáles fiestas celebro, cuántos festivos tiene el año, en qué idioma leo, si compraba flores o no, todo eso sin nombrar los clichés.

Cuando vivía en Armenia  hablaba paisa, y no sabía; luego me fui a Bogotá, y me di cuenta. A los habitantes de Bogotá les llamamos rolos, no es peyorativo sino costumbre. Los rolos miran a los paisas como los parisinos a los marselleses o los  catalanes a los madrileños; de reojo y viceversa. Hay una cosa molesta en los acentos, me siento como un valor agregado: los de aquí y yo, Los Otros y yo. Me pregunto si es muy grave, si a El Otro le resulta aparatoso entenderme, si se tiene que concentrar más de lo habitual, si después de media hora de conversación le duele la cabeza.  Cuando hablo con alguien que tiene un acento diferente al mío pienso siempre que debería cambiarlo al suyo, para facilitar la comunicación, para entrar en confianza, para hablar (casi) el mismo idioma. Entonces aprendí a hablar rolo, unos meses después de vivir en Bogotá empecé a acostumbrarme y a tener nuevos encuentros, la gran mayoría de nuevos conocidos tenían ese acento y me decían de vez en cuando la paisita, qué vaina, porque los paisas hablan, dicen, cantadito y los rolos con una entonación más fuerte al final de cada frase; no era tan difícil de imitar y me daba la impresión de sentirme más en casa, de no ser tan diferente, de molestar menos a la gente. Me acostumbré a mi nuevo acento, después de unas semanas ya no era copia sino real, me lo había apropiado, hasta que seis meses después regresé a la tierra del café, la mía, la paisa.   -“¡Ay, estás hablando rolo!”,   -Es normal, hace dos años vivo en Bogotá, respondía,  -“Yo sabía que se te iba a pegar (risas)”. Es como una traición, un “ya no eres de aquí, nos has abandonado, ahora hablas como ellos” (con música malvada de fondo), si no hablas como la mayoría estás frito: ya eres diferente.  Puse los puntos sobre las íes, mientras viva en Bogotá hablaré rolo y cuando vaya a Armenia hablaré paisa, así nadie me molestará. Escuchaba hablar a mis amigos y familiares, cerraba los ojos, me concentraba un poco, daba play y listo, mi acento paisa regresaba. Había, sin embargo, situaciones un poco más difíciles de manejar, por ejemplo cuando una persona me llamaba desde Bogotá y yo estaba en Armenia hablando paisa, entonces un minuto después de contestar la persona me decía “¡Ay, estás hablando muy paisa!”, y ya no sabía cómo hablar. Al final resultó siendo un paisa con una entonación más fuerte al final de cada frase o un rolo cantadito, una cosa en la mitad. La ventaja era que esas diferencias eran sólo regionalismos y aunque la entonación fuera diferente ambos estaban recogidos en el mismo idioma, el español.

Luego quise venir a Francia y la cosa se puso seria. No tiene que ver con el cambio de idioma (de español a francés, para eso lo estudié) sino con la manera de apropiárselo, poder mirar a El Otro a los ojos mientras le hablo, responder sin repasar todo mi diccionario mental, utilizar el mismo lenguaje corporal que ya conocía para acompañar mi voz, acordar palabras a ideas, expresar emociones con el mismo entusiasmo, aceptar que no hago parte de ese acento, que soy diferente. Me tomó muchos meses sentirme segura para hablar con personas que no conocía, me daba cuenta que las personas que me veían regularmente se habían acostumbrado a mi acento y por consiguiente me entendían con mayor facilidad, en cambio aquellas a las que hablaba por primera vez levantaban la mirada, me miraban con el ceño fruncido y me decían “¿perdón?”, todas con la misma respuesta automática: mirada, ceño y ¿perdón?, lo que para mí significaba “¿perdón?, no le entiendo un carajo pequeña extranjera recién llegada” o “¿perdón, podría hablar como nosotros? o en su defecto “¿perdón, para eso le sirvieron dos años y medio de francés?”. Entonces decidí que lo mejor era no hablar mucho, para no sentirme disminuida: llamadas por teléfono convertidas en mensajes de texto o cartas en papel, comentarios en clase reducidos, alguien pedía en el restaurante por mí o decía “quiero lo mismo”, escuchar más y hablar menos, conocer extranjeros para identificar su acento y compararlo al mío, buscar con anticipación en un traductor la palabra que necesitaba antes de incluirla en una frase, evitar hablar fuerte, mantener conversaciones cortas, ver televisión para aprender nuevas palabras y escuchar las entonaciones, leer el periódico, en fin, muy agotador.

He remarcado que las personas que van al psicólogo (como es la moda en estos días) hablan de sus problemas con frecuencia en su círculo de amigos y familiares, pareciera que eso les ayuda a combatirlos y a ganar seguridad en sí mismas, “exteriorizar el problema”, dicen. Decidí entonces hablar de mi acento con mis amigos y conocidos  franceses, a ver si eran solo ideas mías. La primera respuesta fue: “¡pero si ese es tu encanto!”, la segunda: “no hay ningún problema, te entendemos muy bien todo lo que dices” y las que vinieron: “solo tienes que articular un poco más”, “sí, tienes un acento pero no hay ningún problema” y en una noche de tragos: “¡amo tu maldito acento!”; todo indica que la diferencia va ganando. Luego lo comenté con una amiga, que a demás de ser francesa es psicóloga, el combo perfecto. La puse en contexto y le lancé mi pregunta preparada con anticipación: -¿por qué tengo la impresión de ser dos personas al mismo tiempo, una que piensa, habla, reacciona, escribe, analiza, lee y sueña en español y la otra que hace todo eso de una manera diferente y en francés?, y su respuesta fue -¿de verdad sueñas en francés, con que regularidad?, - Casi todos los días, sueño también en español y en francés en una sola noche y digamos que un poco menos de la mitad de todos mi sueños son en español. -¡Es genial! -¿Qué es genial?, -En un libro que leí decía que a partir de cierta edad las personas pueden aprender otros idiomas pero es muy difícil interiorizarlos, llevarlos al inconsciente como lo haría en sus primeros años de vida. Si tu sueñas en francés es porque has interiorizado el idioma y te lo has apropiado como si fuera tu segunda lengua materna, -¿Y por eso reacciono de manera diferente cuando hablo cada idioma?, -Es probable, deben haber muchos puntos en común entre esas dos maneras de ser que han adoptado nuevos comportamientos y creado la persona que eres hoy, con tu pasado y tu presente.                                 Otra vez: una mezcla de todo.


Quizá no tenga que ser de alguna parte, le decía a un amigo que fui a ver a París el año pasado, mientras tomábamos una cerveza en el Barrio Latino. -“Al final uno es eso, una mezcla de todo”, decía.  Entonces quiero ser un revoltijo de idiomas, de países, de comidas, de libros, de canciones, de pinturas, de atardeceres, de colores, de artistas, de olores, de películas, de trenes, de fotografías, de recuerdos, quiero ser la mezcla de eso y también de todo lo que me falta, de mi familia, de mis amigos en español, de mis no estaciones, de mi arepa con queso al desayuno, de mi tembladera por café, de mi infancia en un museo del oro, de mis montañas alrededor, de mi salsa a media noche, de mis vestidos en diciembre, de mi natilla en navidad, de mis paseos por el Parkway, de mis noches con Silencio, de mis flores para mi única abuela viva y mi (amado) abuelo muerto . 

    Nunca tengo el acento correcto, pero bueno, ¿qué define lo correcto?

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Fr.

L’accent incorrect

J’ai toujours l’accent incorrect. Je ne sais pas pourquoi ça me paraît si important, je remarque toujours quand mon interlocuteur s’en aperçoit et pense «D’où vient cette personne ? ». Le plus gênant de tout ça c’est que je me sens exposée, j’ai l’impression que ma vie personnelle et mon histoire familiale sont exhibées trop vite, il y a besoin juste de deux syllabes pour que L’Autre puisse me placer dans une région d’un pays ou du monde, pour qu’il imagine mon petit-déjeuner, où habitent mes parents, qu’est-ce que je faisait les dimanches quand j’habitais avec eux, comment je m’habillais, quel moyen de transport j’utilisais, à quelle heure était le coucher du soleil, quelles étaient les fêtes nationales que je célébrais, combien de jours féries il y a dans un an, dans quelle lange je lis, si j’achetais des fleurs ou pas, tout ça sans parler des clichés.

Quand j’habitais à Armenia, en Colombie, je parlais paisa1 et je ne le savais pas ; après j’ai déménagée à  Bogotá et j’y ai pris conscience. On appelle les habitants de Bogotá rolos, ce n’est pas péjoratif mais juste une habitude. Les rolos regardent les paisas de la même manière que les parisiens regardent les marseillais ou les catalans les madrilènes ; du coin de l’œil et vice versa. Il y a quelque chose de très gênant dans les accents, je me sens comme une valeur ajoutée: les gens d’ici et moi, Les Autres et moi. Je me demande si c’est très grave, si pour L’Autre c’est très compliqué de me comprendre, si L’Autre doit se concentrer plus que d’habitude, si après une demi heure de conversation il a mal à la tête. Quand je parle avec quelqu’un qui a un accent différent du mien je pense toujours que je devrai changer le mien, pour faciliter la communication, pour le mettre en confiance, pour parler (presque) la même langue. Alors j’ai appris à parler rolo, quelques mois après d’avoir déménagée à Bogotá je me suis habituée et je faisais des nouvelles rencontres, la plupart de nouvelles connaissances avaient cet accent et ils m’appelaient parfois la paisita, quelle embrouille!, parce qu’on dit que les paisas parlent en chantant et les rolos ont une intonation plus forte à la fin de chaque phrase ; ce n’était pas très compliqué à imiter et en plus j’avais l’impression de me sentir chez-moi, de ne pas être si différente que ça, de gêner moins les gens. Je me suis habituée à mon nouvel accent, après quelques semaines ce n’était plus une copie mais réel, je me le suis approprié. Six mois après je suis retournée à La Tierra del Café2, la mienne. –« Ah mais tu parles trop rolo maintenant!», - C’est normal, ça fait deux ans que j’habite à Bogota, je répondais.  –« Je savais que tu commencerais à parler comme ça (rires) ». C’est comme une trahison, un « tu n’es plus d’ici, tu nous as abandonné, maintenant tu parles comme eux » (il faut rajouter une musique méchante de fond), en gros si tu ne parles pas comme la plupart, c’est mort : tu es déjà différent. J’ai mis les points sur les i, tant que j’habiterai à Bogotá je parlerai rolo et quand j’irai à Armenia je parlerai paisa, comme ça tout le monde est content. J’entendais parler mes amis et mes parents, je fermais les yeux,  je me concentrai un peu, je faisais play et voilà, mon accent paisa revenait. Il y avait, néanmoins, des situations plus difficiles à gérer, par exemple quand quelqu’un m’appelait de Bogota et que j’étais à Armenia en train de parler paisa, alors une minute après d’avoir décroché la personne me disait « ah mais tu es en train de parler très paisa!, et je ne savais donc pas comment parler. À la fin le résultat était un paisa avec une intonation plus forte à la fin de chaque phrase ou un rolo un peu chanté, quelque chose au milieu. L’avantage était que ses différences sont juste du régionalisme et même si l’intonation est différente ils font tous les deux partie de la même langue, l’espagnol.           
    
Après j’ai voulue venir en France et c’est devenu rigolo. Ce n’est pas par rapport au changement de langue (d’espagnol au français, pour ça j’ai étudiée) mais la manière de se l’approprier, de pouvoir regarder L’Autre dans les yeux pendant que je lui parle, répondre sans avoir à réviser tout mon dictionnaire mental, utiliser le même langage personnel que j’avais déjà appris pour accompagner ma voie, accorder des mots aux idées, exprimer mes émotions avec le même enthousiasme, accepter que cet accent ne m’appartiens pas, que je suis différente. J’ai mis des mois pour parler avec des gens qui je ne connaissais pas, j’ai remarquée que les personnes qui me voyaient régulièrement avaient pris l’habitude de mon accent et grâce à ça ils me comprenaient mieux. Par contre ceux à qui je m’adressais pour la première fois levaient la tête, fronçaient les sourcils  et me demandaient « pardon ? », toutes les personnes avec la même réponse automatique répété : tête, sourcils et pardon?, ce que pour moi voulait dire « pardon? Je ne comprends rien du tout, petite nouvelle venue étrangère » ou « pardon, vous pouvez faire un effort et parler comme nous? » ou encore mieux « pardon, c’est à ça qu’ils ont servi les deux ans et demi de français?». Alors j’ai décidée que le mieux était de ne pas beaucoup parler, pour ne pas me sentir diminuée : les appelles téléphoniques transformés en message de texte ou lettres sur papier, des commentaires réduits en cours à l’école, quelqu’un commandait pour moi au restaurant ou je disais « je veux le même», écouter plus et parler moins, rencontrer des étrangères pour identifier leur accent et le comparer avec le mien, chercher à l’avance dans un traducteur le mot dont j’avais besoin avant de l’incorporer dans une phrase, éviter de parler fort, maintenir des conversations courtes, regarder la télévision pour apprendre des nouveaux mots et écouter les intonations, lire le journal, en fin, très fatigant.

J’ai remarquée que les personnes qui vont voir un psychologue (comme c’est la mode à ce moment) parlent de leurs problèmes régulièrement avec leurs amis et parents, on dirait que ça les aide à combattre et prendre de l’assurance, « extérioriser le problème », on dit. J’ai décidée donc de parler de mon accent avec mes amies et connaissances françaises, pour voir si c’était juste des idées à moi. La première réponse a été « mais si c’est ce qui fait ton charme! », la deuxième « il n’y a aucun problème, on comprend  tout ce que tu dis » et celle d’après : « il faut juste que tu articules un peu plus », «oui, tu as un accent mais il n’y a aucun problème » et dans une soirée arrosée « j’adore ton putain accent !» ; tout indique que la différence est en train de gagner. Après j’en ai parlée avec  une amie, qui en plus d’être française est psychologue, le kit parfait. Je l’ai mise en contexte et j’ai lancée ma question déjà préparée  à l’avance : -Pourquoi j’ai l’impression d’être deux personnes au même temps, une qui pense, parle, réagis, écris, analyse, lis et rêve en espagnol et une autre qui fait  tout ça mais d’une manière différente et en français?, et sa réponse a été –Tu fais vraiment des rêves en français, avec quelle régularité ?, -Presque tous les jours, je fais aussi des rêves en espagnol et en français dans la même nuit et je peux dire qu’un peu moins de la moitié de tous mes rêves sont en espagnol. – C’est génial!  -Qu’est-ce qu’est génial?  - J’ai lue dans un livre qu’à partir d’un certain âge les gens peuvent apprendre d’autres langues mais c’est très difficile de les intérioriser, de les amener à l’inconscient comme on le ferait dans nos premières années de vie. Si tu fais des rêves en français c’est parce que tu as intériorisé la langue et tu te l’as appropriée comme si elle était ta deuxième langue maternelle. –Et c’est pour ça que je réagis d’une manière différente quand je parle chaque langue?  -C’est fort probable, il y a surement plusieurs points en commun entre ses deux manières d’être qui ont adopté des nouveaux comportements et ont crée la personne que tu es aujourd’hui, avec ton passé et ton présent.               Une fois encore : un mélange de tout.

Peut-être ce n’est pas nécessaire que j’appartienne à quelque part, disais-je à un ami que je suis allée voir à Paris l’année dernière, en buvant une bière au Quartier Latin. –«À la fin on est que ça, un mélange de tout », disais-t-il. Alors je veux être un fouillis de langues, de pays, de nourritures, de livres, de chansons, de peintures, de couchés de soleil, de couleurs, d’artistes, d’odeurs, de films, de trains, de photographies, de souvenirs. Je veux être un mélange de tout cela et aussi de tout ce qui me manque, de ma famille, mes amis en espagnol, mes non-saisons, mon arepa3 au fromage pour le petit déjeuner, mon tremblement à cause du café, mon enfance dans un musée de l’or, mes montagnes tout autour, mi salsa à minuit, mes robes en décembre, mi natilla4 à Noël, mes promenades sur le Parkway, mes nuits avec Silence, mes fleurs pour ma seule grand-mère vivante et mon grand-père (adoré) mort.

Je n’ai jamais l’accent correct, mais bon… qu’est-ce que le correct ?                   










1.Paisa : type de langage et intonation typique des départements d’Antioquia Caldas, Quindío, Risaralda, Norte del Valle et nord-est de Tolima en Colombie.          
2.La Tierra del Café: région de la Colombie qui est connue pour la production du café, région  dont je suis née.
3.Arepa: recette à base du maïs moulu traditionnelle de la gastronomie colombienne.

4.Natilla: dessert à base de maïs, lait et panela (sucre de canne) servi traditionnellement à Noël et à la nouvelle année en Colombie.

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