jueves, octubre 06, 2016

Promesa

Detalle de grabado, de la serie Mortal, 2016.

Soy más consciente de mi cuerpo desde que me duele la cadera. Tener un dolor a diario se ha convertido en el eje alrededor del cual dispongo toda mi energía física, mi concentración, mis esfuerzos, mi pensamiento, mis ideas. A veces, como hoy, pierdo la calma. Me cuesta no desesperar. Siento que hago todo lo que depende de mi voluntad para tratar mi enfermedad: compro y tomo los medicamentos que me recetó el especialista, voy a terapias cada dos días, distribuyo el peso de mi cuerpo en ambas piernas, no permanezco más de 15 minutos de pie, no uso zapatos altos, no corro ni troto, cuido mi peso, y estiro mis músculos y tendones cada vez que puedo. A pesar de todo eso, no se va.
 ―¿Quién no se va?
 ―El dolor… ¡no se va! Se ha quedado a vivir conmigo. Nunca me preguntó si lo recibiría en mi cuerpo. Se instaló de repente.
 ―¿Por qué no le dices que se vaya? Sácalo de allí. Debes seguir llevando una vida normal.
 ―No puedo, es muy tarde. Se ha salido de mis manos. Ahora tiene vida propia, me exige atención, cuidado, paciencia, cariño, aceptación, tolerancia; casi me he adaptado a él, he llegado a pensar que me hace bien.
 ―¿Y cómo es eso?
 ―El otro día me dolía tanto la pierna derecha que quise gritar, dar puños a las paredes para sentir el dolor en mis manos, el dolor provocado por mi cuerpo para mi cuerpo, en vez de sentir el dolor que se me impone a diario. No lo hice, no grité ni me golpeé porque algo dentro de mí me decía ten paciencia, deja que el dolor se vaya, respira, llora pero no te hagas daño.
 ―Eso no significa que te haga bien.
 ―Sin embargo, nunca había valorado tanto la tranquilidad corporal como ahora. Esa sensación de que el cuerpo funciona bien, de que no le suenan los tornillos, de que las ruedas giran engranadas perfectamente. Esa levedad del cuerpo sano al que no le cuesta cargar sus propios huesos es ahora para mí tan placentera como esquiva. A veces, pienso que vivir mi cotidianidad con el dolor me ha llevado a añorar aquellos años en los que olvidaba que tenía cuerpo.
 ―Muchos lo olvidamos. Sea como sea, no pierdas la calma.
 ―Doy todo de mí para no hacerlo, pero siento que no es suficiente y, por eso, he decidido reducir mis salidas sociales. No quiero que me vean quejándome siempre, no quiero que me recuerden así. Cuando pierdo el control ellos lo notan, y me preguntan si está todo bien, a lo que respondo no, y me quejo. Es inevitable hacerlo, tendría que mentir y no quiero, no puedo cargar una máscara tan pesada.
 ―¿Por qué crees que lo notan?
 ―Es extraño, se los he preguntado y dicen que por mi cara.
 ―¿Y, acaso, qué cara pones?
 ―He pensado mucho en eso y aún no lo sé. Pienso en una gata que tuve hace un par de años embarazada de siete gaticos. El día del parto yo estaba allí, a su lado. Vi salir la cola de su primer hijito y pensé llegó el momento. Se acostó de lado, se apoyó en sus patas delanteras y empezó a pujar haciendo un gesto que jamás había visto en ella: sus ojos fijos en algún lugar como si estuviera concentrándose para hacerlo bien, su mandíbula apretada para soportar el dolor, y su nariz, un poco arrugada a cada lado del tabique, dejaban vislumbrar lo que ese cuerpo padecía, aunque ella no me lo dijera. Me imagino como mi gata.
 ―Si yo supiera pintar al óleo, como tú, haría un autorretrato con ese gesto.
 ―Podría intentarlo. Hace años que no hago uno. Además, es curioso, pero mi necesidad de crear es tanta como intenso es el dolor.
 ―Tal vez intentas representar tu dolor.
 ―Tengo una fuga en mi cuerpo, me siento agotada. Invierto mucha energía intentando disminuir el dolor, quiero aprovecharlo cuando se manifiesta. Transformar esa energía en imágenes, crear con ella: pintar, hacer objetos, coser, esculpir, grabar, dibujar.
 ―Debes hacerlo. Sabes que debes hacerlo.
 ―Pero con el dolor, ser adulto y ser artista son dos seres complicados. Me concentro en que se vaya, y así se me acaban los días.
 ―Muchos lo hacen.
 ―Pies, para qué los quiero si tengo alas para volar.
 ―Debes encontrar un punto medio, un camino, tú camino.
 ―Mientras hemos tenido esta conversación, el dolor ha disminuido.
 ―Prométeme que aunque te duela no dejarás de hacerlo.
 ―¿Hacer qué?
 ―Caminar.
 ―Lo prometo…

















 (… también ha provocado estas conversaciones conmigo misma)



   
                                                                                                                                                                                                                                                       Corrección de estilo Beatriz Isaza Jaramillo ( beatrizisaza@gmail.com.)