Felicidad es todo
aquello que nos hace recordar que…estamos lejos de casa. Qué tedioso es
este día, a demás de la tormenta de anoche que no me dejó dormir, que hizo caer
mi scooter y le quebró el manubrio, que dejó a 240.000 personas en este país
sin electricidad y nos adornó el cielo con nubes grises y vientos a 140
kilómetros por hora, la añoradísima navidad de mi infancia se ha ido
disolviendo. Son a penas las 5:03p.m. (Parecen las 6p.m. por eso del invierno),
mi familia debe estar cocinando el almuerzo, juntos, a doce horas de avión de
distancia. A veces es más preciso medir la distancia en horas de avión y no en
kilómetros, uno se hace más consciente de la lejanía. En mi casa no hay
pesebre, ni árbol con estrella luminosa, ni guirnaldas y mucho menos natilla
con buñuelo; vivir en otro país hace cambiar las costumbres cotidianas, la
dieta, la ropa, el idioma y hasta las fiestas. Donde vivo los árboles de
navidad son pinos cortados en los bosques, expulsados de la tierra para
perfumar la sala de cientos de franceses que se sienten y se sientan muy a
gusto con su familia a cenar cerca de la media noche. Se come fois
gras y no pavo, se espera al Papá Noel y no al Niño Dios, se habla y no se reza la
novena, se prende la chimenea y se cubre el cuerpo con gorros, bufandas y
guantes; lo único que se le parece es que se celebra con la familia y se
cuentan historias de años atrás. A mí me adopta una familia, porque la mía está
muy lejos, las dos familias no se
conocen y nunca han intercambiado una frase porque hablan lenguas
diferentes, ambas comparten la nostalgia de tener una hija de 23 años al otro
lado del océano, una decoró su casa de verde y rojo, en la otra todo sigue
igual. Para no llegar con las manos vacías me ocupé en la tarde haciendo
brochetas de frutas cubiertas con chocolate, quería algo que me llevara tiempo
y trajera un poco de trópico a la mesa. Mientras fundía el chocolate recordaba
esos años en el colegio, cuando vendía chocolates a $200 y a $500 a escondidas
de los profesores, el olor del chocolate derretido me llevó a esos años en
donde todavía me gustaba la navidad.
Qué aguafiestas, siempre hay alguien que viene con su gota
de nostalgia a aburrir a todo el mundo. Qué le vamos a hacer, al fin y al cabo
así es que la gente se hace adulta, olvidan las fechas o las celebran con menos
entusiasmo, descubren que los reyes magos no caminan sobre el pesebre sino que
papá lo avanza día tras días para hacerlos llegar a la cabaña. Sin embargo, aún
adultos, nos queda la felicidad infinita de la noche en la que los regalos
aparecen de milagro, nadie se ha muerto
de nostalgia, “y la vida siguió, como
siguen las cosas que no tienen mucho sentido”, recita Joaquín Sabina en mi
sala, acompañado de mis dos gatas para quienes tampoco la navidad parece
importar. Con ellas, Eva y Lulú, no necesito esconder ni aparentar el regocijo
de este veinticuatro, ellas me miran y me piden caricias como si fuera un día
cualquiera, al fin y al cabo lo es. Sin preliminares ni maracas alrededor del pesebre,
la cena llegará con los regalos antes de las doce.
Hijita tienes razón. Cada que escuchamos "felicidad, es algo aquéllo que nos hace recordar, que la vida es bella, que diciembre es Amor..."te recordamos, te añoramos. Yo seré que el calor de la familia y de la Navidad no es igual allá y sé cuánto añoramos tu pesebre, tu árbol, la sorprende de encontrar los regalos como cuando eran niñas. Muy pronto, si Dios quiere, en la próxima Navidad, esperamos qu. Eestés con nosotros. Te adoro hija linda
ResponderBorrarTodo es un nuevo aprendizaje. Un veinticuatro menos. También te adoro, mamá.
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