Fotografía de la exposición Criaturas de nuestros sueños por Alvaro R. Herrera. |
La amputación del cordón umbilical
Estoy en la puerta de entrada. Detrás
de mí están la miscelánea de sonidos urbanos, los cuerpos en movimiento
constante, los pasillos que repiten palabras en francés. Delante de mí se
presenta el silencio.
Siento como si tuviera que
abrigarme antes de entrar, un aire de melancolía ha helado el espacio. Para introducir
mi experiencia hago una fotografía mental de la instalación: en la pared, cerámicas
blancas con dibujos infantiles y un manuscrito enmarcado. Ocupando el espacio
de la sala, nidos ―de fibras blancas unos y marrones otros― sobre sendos trípodes
delgados de aproximadamente un metro de altura. Excepto uno, cada nido tiene un
huevo. Y Sandra.
Me invade la curiosidad: ¿están
tibios los huevos?, ¿son más suaves las fibras blancas que las otras?, ¿a dónde
se fueron las madres que pusieron estos
huevos?, ¿son todos de la misma madre?, ¿cuántos huevos puede poner una madre?,
¿y si son todos el mismo huevo?, ¿nació Sandra del huevo que falta?
Un abanico de colores grises
envuelve el lugar: las paredes, el piso, las tejas, las sombras, el marco que
protege la carta manuscrita, la puerta, el fondo del texto de presentación en
la pared. Y luego se pintan de gris la sonrisa, la mirada, el oído, la piel,
los recuerdos de infancia, el aliento.
Una voz me guía. Inclino la
espalda, cierro los ojos, recojo los brazos, envuelvo una mano en la otra, flexiono
las piernas, anclo los pies; dispongo mi cuerpo para sentir, presintiendo, la
tristeza. La vida contenida en el huevo me susurra en valenciano: recuerda tus
orígenes, revisa tus raíces, no olvides que lo más inspirador de la vida es aquello
que nos acelera el corazón. Luego, la vida contenida en otro huevo me canta en
mi segunda lengua, el francés, y me dice: cuida tu libertad, aprende de los
otros, camina por el mundo, desdibuja las fronteras, inténtalo de nuevo, eres
la memoria de tus pasos. Otras vidas contenidas en otros huevos me hablan de la
crianza de los hijos, del rol de la mujer en las diferentes sociedades, de la
protección de los niños y los animales, de las relaciones interpersonales y de
los lazos afectivos más fuertes, de la fragilidad humana. Pero hay un nido
vacío, sobre él no reposa un huevo pero sí la vida. La voz canta para mí en
español, me abre los poros de la piel: la melancolía se condensa. Me levanto.
Dirijo la mirada hacia los demás nidos y entiendo que estoy en el nido de la
ausencia, del dolor, de la amputación del cordón umbilical. Me inclino de
nuevo. Miro a la artista, ella baja la mirada. Cierro los ojos y la escucho
articular con la fortaleza que retiene las lágrimas: ese es el nido de mi madre, mi madre se nos murió.
Del espacio expositivo al reflejo de la sociedad
Los espectadores han quebrado un
huevo. La cerámica reposa agrietada sobre el nido, y se puede ver dentro de
ella un núcleo de forma oval.
Los espectadores han hecho caer
accidentalmente dos huevos más, con sus nidos. Pero a diferencia del primero, estos
no se han quebrado.
Los espectadores, con sus prendas
de vestir, su cabello, sus objetos personales, han maltratado la mayoría de los
nidos; las fibras que no soportaron el maltrato reposan vencidas sobre la
sombra del nido proyectada en el suelo.
Los espectadores, además, han
manchado de vino tinto el suelo gris.
Los espectadores han recibido todo
lo bello que mencioné en la primera parte de este texto, al igual que yo, y se
han ido. Han dejado un reflejo de nuestra sociedad: la pérdida de respeto, la extendida
ausencia de reflexión, el olvido de los buenos tratos, la falta de cuidado del
otro, de pertenencia, de sentido común, de sensibilidad, de empatía, el
insuficiente protagonismo del arte en nuestro país.
El huevo es un símbolo de la vida,
de los ciclos biológicos, pero también de la fragilidad. Jugamos a no
quebrarlo, intentamos cocinarlo sin que se rompa, nos aseguramos de transportarlo
a salvo. Sandra Johana Silva Cañaveral instaló la fragilidad en la sala, y
nuestra sociedad la destruyó. Y es que el artista expone su obra, y cuando el
espectador la habita, especialmente en el caso de una instalación, esta puede
ser construida o deconstruida, y entonces el artista, como su obra, también se
expone.
Es posible que al ser alterada por
el público la obra sufra una metamorfosis que la convierta en otra diferente...
o que la destruya, la línea es difusa. Cabe preguntarse si, como parte de su
proceso de exposición, el creador de una instalación debe hacer un ejercicio de
desapego con su obra ante la posibilidad de que esta sea alterada por el
espectador.
Las Criaturas de nuestros sueños, de los sueños de cada espectador, se
han manifestado vulnerando la delicadeza con la que dispusiste cada elemento. Y
sin embargo, las mujeres que habitan la sala siguen cantándote, Sandra querida.
Corrección de estilo Beatriz Isaza Jaramillo ( beatrizisaza@gmail.com.)